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Descenso
Descenso II
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- Planeta Kentares VII.
- Caida libre a 3000 metros sobre el centro de control operativo Sith de la zona. Una fortaleza natural protegida por enormes accidentes geograficos en medio del mar.
Según cruzamos el último cúmulo de nubes los sensores de altitud nos indican que acabamos de entrar en la zona de detección.
A esta altura ni nuestro pequeño tamaño nos salvará de los sensores, y un impacto de fuego antiareo directo nos desintegrará independientemente de nuestra armadura o la bendición de la Fuerza.
El Sargento es consciente de ello y ya está tomando las medidas al respecto que hablamos en la reunión táctica.
A su señal tres figuras se desmarcan de la formación. El pequeño Mirialan, Dairon Asgard, inicia el despliegue de las balizas señuelo, mientras que delante de nosotros otro Corelliano, el contrabandista conocido como Rocanegra, activa el campo de ocultación que nos camuflará. O al menos esa es la idea.
Pese a su reticencia a trabajar con estos criminales incluso el estirado del Sargento tendrá que admitir su valía, al fin y al cabo se están jugando el pellejo como todos los demás.
La respuesta de la fortaleza terrestre no tarda en llegar, abarrotando el cielo de haces de luz.
Algunos de los disparos pasan lo suficientemente cerca para sentir el calor y permitirnos percibir el característico olor a ozono pese a los filtros de aire.
- “Demasiado cerca.”
Urt parece pensar lo mismo y ordena a la formación un pequeño desvio.
Las balizas comienzan a estallar. Los ordenadores de puntería finalmente han conseguido fijarlas en sus sistemas.
Una vez que los señuelos han sido destruidos los cañones no tardan en silenciarse.
Por un momento, despues del estruendo de los cañones de defensa y las explosiones de las balizas, nuestros oidos ignoran hasta los silbidos del viento. Un incomodo silencio nos rodea por unos momentos.
Es Silfith quien rompe el velo de intranquilidad y nos hace reaccionar llamando nuestra atención hacia unas sombras que se aproximan a nuestra posición.
- Caida libre a 3000 metros sobre el centro de control operativo Sith de la zona. Una fortaleza natural protegida por enormes accidentes geograficos en medio del mar.
Según cruzamos el último cúmulo de nubes los sensores de altitud nos indican que acabamos de entrar en la zona de detección.
A esta altura ni nuestro pequeño tamaño nos salvará de los sensores, y un impacto de fuego antiareo directo nos desintegrará independientemente de nuestra armadura o la bendición de la Fuerza.
El Sargento es consciente de ello y ya está tomando las medidas al respecto que hablamos en la reunión táctica.
A su señal tres figuras se desmarcan de la formación. El pequeño Mirialan, Dairon Asgard, inicia el despliegue de las balizas señuelo, mientras que delante de nosotros otro Corelliano, el contrabandista conocido como Rocanegra, activa el campo de ocultación que nos camuflará. O al menos esa es la idea.
Pese a su reticencia a trabajar con estos criminales incluso el estirado del Sargento tendrá que admitir su valía, al fin y al cabo se están jugando el pellejo como todos los demás.
La respuesta de la fortaleza terrestre no tarda en llegar, abarrotando el cielo de haces de luz.
Algunos de los disparos pasan lo suficientemente cerca para sentir el calor y permitirnos percibir el característico olor a ozono pese a los filtros de aire.
- “Demasiado cerca.”
Urt parece pensar lo mismo y ordena a la formación un pequeño desvio.
Las balizas comienzan a estallar. Los ordenadores de puntería finalmente han conseguido fijarlas en sus sistemas.
Una vez que los señuelos han sido destruidos los cañones no tardan en silenciarse.
Por un momento, despues del estruendo de los cañones de defensa y las explosiones de las balizas, nuestros oidos ignoran hasta los silbidos del viento. Un incomodo silencio nos rodea por unos momentos.
Es Silfith quien rompe el velo de intranquilidad y nos hace reaccionar llamando nuestra atención hacia unas sombras que se aproximan a nuestra posición.
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